8 de noviembre de 2010

Los dobles

En las redes sociales se quieren como no se soportan en la realidad. Llevan muchos años juntos. Se conocen de sobra y han terminado por no aguantarse. Siguen unidos porque cada uno tiene su propia vida al margen del otro. Sólo coinciden a la hora de la cena o durante los fines de semana. El resto del tiempo son dos extraños que hacen su vida en otra parte. Cada vez se comunican menos y dejan que sea la televisión la que ponga todas las palabras en un constante zapping que evite el silencio y aleje la publicidad. No sé el tiempo que les quedará como pareja, pero su convivencia se ha convertido en una guerra de guerrillas y de reproches permanentes. Siempre está el pasado para culparse mutuamente por las renuncias y por los sueños rotos. Yo creo que siguen juntos por comodidad. Me imagino que se seguirán queriendo, pero hay más inercia que cariño, más costumbre que presente, y el amor, si no renace cada día, se convierte en un animal moribundo, en un final previsible que siempre acaban protagonizando los resentimientos y los abogados.

Cada uno de ellos se ha abierto un perfil en Facebook con un nombre falso. Ni él sabe que ella se llama Fayna Ozores ni ella que él responde al nombre de Julián Sorel. En el perfil de Fayna aparece una puesta de sol. En el de Julián está la playa de Famara. Los dos tienen numerosos contactos con los que conversan en el muro o a través del chat. También comparten canciones, vídeos y estados de ánimos. Se muestran tal como son aunque se presenten con identidades falsas. Tienen muchos amigos comunes y en las afinidades coinciden en películas, cantantes y referencias del pasado. Son más parecidos de lo que creen, por eso han terminado conectando el uno con el otro. Ella en la habitación con el portátil y él en la biblioteca con el ordenador se escriben cada día durante horas, cada cual metido en su propio mundo sin saber que están nuevamente unidos. Ella le habla del malhumor de su pareja, de su insensibilidad y de lo mucho que desearía escapar para empezar una nueva vida en otra parte. Él la anima a que abandone a ese cafre que no la merece y también le dice que ya no quiere a la mujer con la que vive. Ambos coinciden al utilizar la palabra monotonía todo el tiempo. De vez en cuando se adentran en confidencias más profundas, pero siempre sabiendo que es un juego, que todo es virtual y que a la hora de la verdad ninguno de los dos llevará ese romance más allá de la pantalla del ordenador. Es él quien se empeña en que deben cambiar su destino y empezar una nueva vida juntos. Ella, desde que él le propuso que se conocieran personalmente, lo borró de sus contactos. Aquella misma noche se dirigió al salón y encendió la tele. Estaba triste. Él llegó a los cinco minutos y también fijó su vista en una película que ya estaba empezada. Era la cuarta vez que la emitían. Ni siquiera se miraron.

4 comentarios:

Ramón Herar dijo...

Ay los dobles, Santiago, los dobles están por todos lados. Lee el relato "En aquella noche de amor cibernético", lo podrás encontrar en "Trece gramos de gofio estelar. Antología de cuentos canarios de ciencia ficción", Ediciones Aguere-Idea. Un saludo.

Editor dijo...

Trataré de buscarlo. También te recomiendo Doble o Nada que acaba de editar Huerga y Fierro. Un abrazo

Anónimo dijo...

Estoy llorando y no se porque..
Emoción o empatia???

Autentico tu relato,sin duda.

Ramón Herar dijo...

Te agradezco la referencia. Leyendo el artículo de Elisa Rodríguez Court sobre este libro de Doble o Nada, me doy cuenta que quizás también te interesaría el relato de Agustín Díaz Pacheco, "Sombras en un espejo", de esa misma antología de ciencia ficción. Por otro lado, y formando parte de una exposición colectiva en la que participé, casualmente incorporaba un pequeño relato sobre esa temática, y que trataba también fotográficamente, "Mi hermano y yo", aunque no va de gemelos precisamente. Bueno, no es que me obsesione muy especialmente el caso del doble, pero me ha llamado mucho la atención esta coincidencia. Un abrazo