13 de diciembre de 2010

La pantalla

Un día se despertó y notó que algo sobresalía en una de sus sienes. Se tocó, trató de tranquilizarse queriendo ver sólo un grano en un lugar molesto, y finalmente dejó que fueran las horas las que determinaran el resultado. Antes, en los cuentos y en las leyendas, a los hombres les salían alas, o se convertían en lobos que aullaban a la luna. Hoy en día ya no se llevan ni los licántropos ni los ángeles. Hubo unos años en los que siempre había alguien que decía haber visto marcianos verdes, amarillos o con formas casi imposibles. Tampoco se prodigan ahora los extraterrestres. Todo nos viene dado por la pantalla. La imaginación se ha acomodado a la imagen, y ya nuestros sueños sólo son un complemento de las series, de los concursos o de los reality shows que emiten en la tele. A estas alturas, por ejemplo, no creo que haya nadie que siga soñando en blanco y negro.

Pero volvamos a nuestro hombre asustado: Se miraba al espejo. Hacía años que no se miraba tanto tiempo al espejo. De repente se veía como un hombre de unos cincuenta años, con canas, ojeroso y de mirada triste. La última vez que se había mirado tanto tiempo aún era un adolescente soñador que sólo aspiraba a conquistar a la chica más guapa del instituto. También entonces se preocupaba por los granos que pudieran arruinar su belleza y se miraba ensayando gestos o buscando la manera de coger el cigarro como Humphrey Bogart. Desde entonces se ha seguido mirando cada mañana, pero no se ha visto. Se lava los dientes y se afeita. Se peina, pero no se ve, o no quiere verse. Ese día se quedó en casa preocupado por la protuberancia. Llamó al trabajo e inventó una excusa sabiendo de antemano que todas las excusas parecen siempre increíbles. Su mujer y sus hijos salieron de casa y lo miraron como si fuera el hombre elefante cuando vieron que se le empezaba a hinchar la sien. No le dijeron nada. Hace tiempo que no se dicen nada. Se hablan pero no se dicen absolutamente nada. Cada cual se va siempre por su lado. Si esto fuese un relato más o menos al uso podíamos hacer que al susodicho le saliera un cuerno. Así tendríamos un unicornio mitológico o uno de aquéllos que Silvio Rodríguez decía que se iban para siempre dejándonos el alma herida. Ese cuerno también nos podría servir para montarnos un sainete de infidelidades, tópicos y adulterios. Pero no le estaba saliendo un cuerno. Y tampoco le dolía. El bulto era casi más grande que la cabeza. Él se tocaba desesperado sin atreverse a llamar a un médico. De repente empezó a escuchar voces dentro de su sien, y aplausos, y gritos de goles, y música estridente, y a una tipa que decía a todas horas que mataba por su hija. No entendía absolutamente nada. O no lo entendió hasta que vio cómo le salía una pantalla de su propia cabeza y se desplegaba poco a poco delante de sus ojos. La pantalla se encogía y se estiraba milagrosamente. Podía pasar los canales con solo pensar que quería pasarlos, y todo lo que imaginaba se volvía imagen. Así empezó todo alguna vez. Hubo un mono que un día se apoyó en las dos piernas por vez primera para intentar llegar al cielo, otro al que le salieron los dedos de tanto querer tocar las cosas y uno al que le apareció una nariz para poder oler el rastro de los enemigos o el perfume de las flores. Nuestro hombre estaba contribuyendo a esa evolución de las especies con una protuberancia iluminada y llena de canales. Su cabeza se había abierto como se abre una larva antes de que salga milagrosamente la mariposa. De tanto mirar a la pantalla, el ser humano la había sumado a su propio cuerpo como en su día fue sumando el hígado, el páncreas o las orejas. Cada vez nos saldrán menos muelas del juicio y más pantallas de plasma con mejores prestaciones. Ese hombre se acariciaba la sien guardando la tele con cuidado en el hueco de esa protuberancia que tanto le había preocupado a primera hora de la mañana. La encendía y la apagaba con la misma naturalidad que respiraba. En él se estaba cumpliendo el sueño de una buena parte de la raza humana. Emitía imágenes a todas horas y en todas partes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La evolución (o involución)de las especies... es lo que tiene.

TreintaAbriles