21 de febrero de 2011

El pan

Las palabras evocan recuerdos, olores y paisajes. También aproximan la presencia de quienes las pronunciaron antes que nosotros. Hay palabras que se quedan para siempre en el eco de quienes añoramos. No podemos dejar de recordar su imagen, su tono de voz o su gesto cercano. Por eso, cuando menos lo esperamos, un poema, una canción o una simple frase que escuchamos en medio de la calle nos devuelven una presencia esencial de nuestra infancia o de algún momento clave de nuestra vida. Vale que en estos tiempos la mayoría de la gente habla por hablar o se acomoda al uso de palabras que nacen sin ánima y sin intención de emocionar o de contar algo que merezca la pena. Pero no todo está perdido. Aún tenemos palabras que nos salvan y que nos llevan de inmediato a la evocación o al placer de pronunciarlas. Pan, por ejemplo, sigue siendo una palabra que se mantiene a salvo. Da lo mismo que la pronunciemos como una salmodia diaria que parece que no nos dice nada. En su esencia hay algo milagrero. También su miga lleva parte de nuestra memoria más evocadora.

La mañana que huele a pan es una mañana en la que uno está a salvo. Habría que preservar las pocas panificadoras que nos quedan para tener siempre un olor que nos oriente. El pan no es más que una escenificación de la propia vida, una masa informe que en el calor se vuelve milagro. Hablo, claro, de los panes que no llegan en la asepsia del congelador. Si nos enseñan el truco se acaba la magia. En las panaderías a las que íbamos de niño con una talega de tela todo era mágico porque había un olor que sin saberlo entonces se estaba asentando para siempre en nuestra memoria. Me basta ese olor para regresar a casa sobre la marcha. No importa lo lejos que esté, ni que el sabor o la harina se parezcan poco a aquellos panes que quemaban en las manos. El pan no sólo es sagrado porque esté unido a tradiciones religiosas y a aquel mensaje de cuando nos expulsaron del paraíso y nos dejaron en esta intemperie cada día más peligrosa y más incontrolable. Creo que su grandeza está justamente en su sencillez y en la tranquilidad que nos transmite cuando lo seguimos encontrando en casa cada mañana. El mundo a veces parece que se hunde o que no hay por dónde arreglarlo, pero si tenemos el pan, si lo olemos, si lo probamos con la boca, que es como decía el poeta Ángel González que había probar también el amor, parece como si lo otro, ese caos que encontramos en todos los titulares diarios, pasara a ser lo que es, una sucesión de crónicas destinadas al olvido: berlusconis, mubaraks, zapateros o rajoys que valen menos que cualquier hogaza milagrosa mojada en aceite de oliva. Teniendo cerca el olor del pan no sólo alimentamos a diario nuestros propios recuerdos. También sabemos que pase lo que pase la felicidad sólo se concibe en lo sencillo. En lo cercano.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Suena el rumor del olvido de los que están olvidados,… de los que son y no existen,… habitantes sentenciados en la celda del silencio,… silenciados por conciencias mentidas,… indiferentes,… el grito entre los perdidos que miran hacia otro lado,…. entre mártires sin causa,.. que derrochan egoísmo con disfraz de solidarios,… y abanderan la tuición de las bondades fingidas,… y marginan con desprecio el daño del marginado,… y se quejan por sufrir,… por sentir,… y no entienden que vivir es dar valor a estar vivo,… y viven con almas vacías en pieles superficiales,.. en almas de desalmados,… suena el rumor del olvido de los que son olvidados,… de los que están y no existen,… y pretende que su voz,… sea la tuya,… sea la mía,… hasta ser la voz de todos,.. y que entre todos gritemos,… y que no logren callarnos,…. hasta llevar esperanza,… a quien no tiene si quiera,… el derecho del recuerdo,… porque nunca es recordado,… a quien nace en la desgracia,… y sueña con algún día,… dejar de ser desgraciado,…

Dios no me quiere y el Diablo me tiene miedo.

José Ramón Marcos Sánchez.


http://www.youtube.com/watch?v=hJ7yOVpQDzQ

Distintos dijo...

Me ha llegado ese olor entrañable y me he levantado del abismo donde me había hundido.Hermosísimo!!

Moisés Morán dijo...

A me pasa con el café cuando estoy en La Isleta, cuando bajo desde el frío de La Guillena en busca del mar. Y allí, en La Isleta, me llega el olor a café recién hecho que se entremezcla con olor a marea baja. Entonces recuerdo mi infancia en casa de mi abuela a la puertas de El Confital, que se levantaba a la 6 de la mañana para hacer su cafecito. ¿Quién me robó aquellos tiempos?