14 de febrero de 2011

Reminiscencias

Te pertenecen las calles que vas pisando en cualquier ciudad del mundo. Cuando tú pasas algo tuyo queda para siempre entre sus sombras. Da lo mismo que transites a diario. Cada nuevo día vas siendo otro diferente al de ayer, y también lo son tu estado de ánimo, tu capacidad de ensoñación y el propio ritmo de tus pasos. Un buen día dejarás de pasar por esa calle: o te habrás mudado de casa, o habrás cambiado de trabajo o de ciudad, o sencillamente dejarás de estar en el mundo. Los que lleguen después de ti no sabrán nada de todos esos pasos esenciales en tu acontecer diario. Tú tampoco sabes nada de los andares que te precedieron, de los que por esa misma acera vistieron con otras modas o manejaron otros medios de transporte. Te puede dar pistas alguna foto del pasado, pero no todas las calles cuentan con fotos del pasado. Incluso antes de ser calle, ese lugar era una huerta, un descampado o una plaza a la que iban a parar todos los chiquillos. No escucharás sus gritos ni conocerás sus nombres. No hace falta. Ellos caminarán contigo.

Esa cafetería hortera y ruidosa fue hace cincuenta años una mercería que vendía botones de colores. La oficina bancaria en la que a veces te detienes fue el lugar exacto en el que estaba el cine donde tus abuelos se besaron por primera vez aprovechando la emoción de Ninotchka. Algún día alguien pasará junto a un parque de Alcaravaneras sin saber que en ese mismo espacio nosotros vimos jugar a Germán y a Brindisi. Todo es olvido: las viejas redacciones de periódicos, los cafetines de otros tiempos, las barberías con anuncios de jabones milagrosos, las herrerías en las que el fuego fraguaba milagros, los hoyos en los que tus ancestros jugaron al gua, el bazar en el que exponían los cuatro regalos que justificaban los Reyes Magos, los pasos lentos de tu bisabuelo cuando caminaba despacio para intentar no llegar a la guerra que le embarcaba lejos, la euforia del niño que salía del colegio, la frustración del vendedor ambulante que no había podido colocar ni una sola tela, las tres jóvenes hermosas que pasean con sus vestidos de domingo en una luminosa mañana de mil novecientos veinte, los que acaban de desembarcar en el puerto y deciden quedarse aquí para siempre. Todos ellos caminan contigo por esas calles que recorres a diario. No hace falta que los recuerdes, pero sí que te pares alguna vez y pienses en que no eres tú el único que pasas por este escenario de la vida cotidiana. Vive sabiendo que eres afortunado por estar justamente ahí, por poder amar y por disfrutar ese cielo azul que ellos miraron tantas veces soñando tus mismos sueños imposibles. Vienes de muy atrás, de muy lejos, y la memoria de los tuyos se fue escribiendo en cualquier calle de cualquier ciudad del mundo. La tuya también acabará formando parte de esa misma reminiscencia.

1 comentario:

josé luis dijo...

Bello texto para rememorar ese pasado que retorna con tus palabras cargadas de poesía y misterio.

Saludos