7 de marzo de 2011

La arena

Léo Ferré canta que con el tiempo todo se va, que se olvidan las caras y las voces, y que naufragan los amores que adoramos y los que intuimos en una mirada. Todo se va. Por eso las playas pierden la arena que nosotros pisábamos como si fuera eterna, la que sabe de aquellos castillos que luego desaparecían entre las olas. También esa arena se va, se ha ido de Maspalomas y nos ha dejado cascajos que incomodan a nuestros pies descalzos y a nuestra necesidad de caricias. Todo es cíclico, nuestro estado de ánimo y la meteorología, las modas, los gobernantes y hasta las canciones. Todo viene y va, también nosotros, seres vivos a merced del tiempo y del IBEX 35.

Poéticamente queda bien pensar en esa arena como en una incertidumbre más de la existencia. Llegó mucho antes de que nosotros viniéramos a poblar estas costas, y se la ha tragado el mismo mar que la trajo en su día. Sería más tranquilizador para todos pensar que ha sido así, fruto del azar, un suceso más en el que no intervenimos más allá de lo inevitable. Pero en lo de Maspalomas recuerdo las advertencias de muchos científicos a los que entrevisté hace más de quince años. Contaban que si se alteraba el cauce natural de la arena con construcciones y con intervenciones costeras sin control, corríamos el riesgo de perder para siempre la playa, y por supuesto también las dunas, cada vez más menguantes y deterioradas. Claro que turísticamente es un desastre perder nuestro principal reclamo playero, pero aun más doloroso es dejar atrás el paisaje en el que nos reconocemos por culpa de nuestra prepotencia y de nuestra falta de respeto a la naturaleza y a sus ciclos ancestrales. En unos días derribamos montañas que tardaron millones de años en formarse, arrasamos con los lugares a los que llevaban viniendo las aves desde hacía muchos siglos o borramos los horizontes marinos que alentaron las metáforas de Tomás Morales o de Alonso Quesada. La belleza, en lugar de serenarnos, parece que nos predispone al destrozo y a una explotación en la que nadie repara en el futuro; ni tampoco en ese pasado al que le deberíamos tener tanto o más respeto porque fue el que nos legaron los que estuvieron antes que nosotros. No digo que no construyamos ni que dejemos de vivir del turismo. No tenemos otra cosa; pero es que, poco a poco, si no somos capaces ni de mantener la arena de nuestras playas también vamos a terminar ahuyentando a los chonis. Sólo vendrán los bárbaros del todo incluido a ponerse morados de sangría y de bebidas apócrifas. No quiero que Gran Canaria termine siendo un gran abrevadero de brutos tatuados y violentos. Son los únicos a los que les importa una higa que haya arena en las playas o que en las cumbres canten los pinzones azules. El mar siempre nos está dando avisos. Lo de la arena de Maspalomas es un SOS.

2 comentarios:

Abel dijo...

"Hagámonos oir Maspalomas" te agradece éste escrito, es quizás ya la única forma de promover algo de lucidez...

Editor dijo...

No hay nada que agradecer. Gracias a ustedes por contribuir a que la barbarie no acabe con lo que nos queda. Un abrazo