28 de marzo de 2011

La maldad

Hay santos varones, almas cándidas, solidarios, altruistas que entregan su vida al cuidado de los otros y seres que nos alegran cualquier mañana; pero también hay cenizos insoportables, pesimistas de pacotilla, críticos dañinos y seres humanos que lo único que hacen es tratar de arruinar la felicidad de los que tienen cerca. Lo bondadoso y lo mezquino lo hemos tenido siempre a mano. Tratamos de saltar por encima del canalla, pero éste se empeña en esperarnos en cada cruce de caminos para intentar echar abajo nuestras ilusiones. Una y otra vez tenemos que ir improvisando estrategias para que no nos derrote y nos deje aliquebrados. Creo que ellos no ganan nunca porque ganando también pierden. Nosotros, los que no creemos en ninguna ley del Talión, tenemos que ir restañando las heridas y volviendo a salir a flote poco a poco, pero por lo menos dormimos tranquilos. Ellos terminan enfangándose en su propio éxito, solitarios, insomnes, y con esa cara que se les pone siempre a los sinvergüenzas. Qué cara se les pone: ustedes ya saben de lo que hablo porque a estas alturas del artículo ya habrán visualizado a muchos malandrines.

A todos esos que sólo saben incordiar desde que se levantan de la cama se les aniquila con una sonrisa o con la persistencia en el trabajo, en la honradez y en la generosidad. No es fácil, y muchas veces lo que te pide el cuerpo es ir a la guerra, pero al cuerpo es mejor dejarlo en un segundo plano y hacerle más caso al corazón y a la cabeza. Una vez un niño me preguntó si lo malos nacían malos. No supe qué contestar. Él me decía que en el colegio había un par de compañeros que no hacían más que molestar y amenazar al resto. Todos hemos sido atacados por supuestos amigos que nos traicionaron o por compañeros de trabajo que nos han puesto zancadillas inesperadas para intentar ningunearnos. A ese niño le respondí que esos malos forman parte de nuestro paisanaje inevitable, pero que hay que saber regatearlos como regatea Messi a los rivales que le salen al paso. Se les gana con talento, con esfuerzo, con una sonrisa y con la confianza de que el tiempo, a veces, pone a cada uno en el lugar que le corresponde. Si odiamos, ellos habrán terminado ganando. Y realmente nadie gana, porque todos vamos a terminar en el mismo sitio. Lo lamentable es que esos desvergonzados no entiendan que al final de lo que se trata es de sobrevivir lo más dignamente posible. No creo en cielos ni en infiernos, pero sí en ese recuento postrero que uno hace de su propia existencia. Están los que se van esbozando una sonrisa y luego están los otros que se mueren arrepentidos por lo mal que han planteado su existencia. Es tu propio recuerdo el que te encumbra o el que acaba echando a perder tu final. No sólo es en el cine donde terminan ganando los buenos.

2 comentarios:

Riforfo Rex dijo...

De todas las cosas que quitan las ganas de vivir, la primera es saber que el peor peligro viene siempre de un ser humano.

AM Editorial dijo...

Ojalá fuera cierto, como el título de Levy, la última frase de este post.

El mal es lo más sencillo de hacer...

Hay quien se levanta, desde temprano, concienciado para ir molestando, poniendo trabas, impedimentos y obstáculos en los caminos de los demás. Lamentable.

Pero no debemos refugiarnos en eso, no podemos culpar al mundo de no dejarnos avanzar. Porque hay quien se abona al "Fulano me amarga la existencia, Mengano pretende hacerme la vida imposible, lucho y me esfuerzo porque me lo merezco todo, pero son ellos, no soy yo... no soy yo..."

Y... sin embargo, el mayor enemigo vive en casa. La ambición no es lo mismo que la ilusión y saber amar lo que se tiene es un talento poco común.

Abrazos