4 de abril de 2011

Extravíos

Escuchamos cantar a los pájaros, pero no conocemos sus nombres, y un pájaro sin nombre es un pájaro olvidado. Y nos sucede lo mismo con las flores, con los árboles y hasta con los pescados que vemos en el mercado. Sabemos cómo se llama el primer ministro del Reino Unido o cualquier sátrapa de esos países que por fin han despertado exigiendo la libertad que les corresponde; pero por más que pensemos no somos capaces de reconocer la procedencia de los olores que nos sorprenden en los campos, no diferenciamos el espliego del poleo, ni tampoco el olor del incienso de ese bendito aroma que nos sigue regalando la higuera cuando se llena de hojas y anticipa sus frutos. Lo más probable es que ni siquiera seamos capaces de escuchar a los pájaros cuando paseamos tranquilamente por la calle: la música que suena en nuestros auriculares o esas supuestas conversaciones importantes que mantenemos a todas horas por el teléfono móvil nos aíslan aún más de lo cotidiano. Pasamos de largo por las calles y por la vida. Y casi ni nos miramos a los ojos cuando nos asomamos a los espejos. Al paso que vamos, un buen día nos acabaremos sorprendiendo ante nosotros mismos cuando nos lavemos la cara a primera hora de la mañana. ¿Quién es ese tipo cariacontecido, estresado y de mirada ausente que tengo delante? Eso te lo preguntarás bajito para que no te tomen por loco en tu propia casa. Ese tipo eres tú, o fuiste tú. Da lo mismo. Lo que pasa es que estás tan olvidado como el nombre de todos esos pájaros que de niño identificabas al primer trino.
Hay gente de Gran Canaria que sube a la Cumbre sin saber que está transitando por Ariñez, por Juncalillo o por Acusa Seca. A lo mejor les suenan de algo estos nombres si los ven escritos en las señales de tráfico que hay en las carreteras, pero como un pago carezca de carretera o de cruce señalizado poco a poco acabará desapareciendo de la memoria colectiva. Como los pájaros no llevan carteles cuando vuelan tampoco sabemos si estamos ante un mirlo, un capirote o un pinzón azul. Sí sabemos, en cambio, los nombres y los apellidos de todos esos políticos que ahora empezarán a aparecer en todas las paredes y en todos los pueblos con sus sonrisas de Photoshop y su estudiado porte. Y para mí es mil veces más importante conocer el nombre de un pájaro que el de un político o que el de cualquiera de esas suripantas que aparecen en la tele contando sus vergonzantes escarceos eróticos. Con los árboles nos sucede algo semejante: pasamos ante ellos pero no sabemos ni qué frutos da, ni qué tipo de hojas cuelgan de sus ramas. Para mí que la gente ya ni sabe que los nísperos o las trebolinas se comen. Cualquier día de estos nos despertaremos y acabaremos completamente desorientados delante de la puerta de nuestra propia casa.

2 comentarios:

AM Editorial dijo...

¡Sálvese quien pueda! Seguiremos existiendo aquellos que vivimos en un mundo al margen, que nos perdemos en conversaciones catódicas y simplemente disfrutamos de hojas y hojas rosa pálido sobre troncos grises... sin saber con exactitud por qué los llaman almendros si jamás hemos visto que den ese fruto...

Abrazos

Editor dijo...

Nos salvaremos con la nieve cercana de esos almendros luminosos. Un abrazo