2 de abril de 2011
La alegría
Anoche acudí a una cena en la que nos iban etiquetando con pegatinas elegidas al azar según íbamos llegando. Me tocó la palabra alegría. Tenía que pegarla a la camisa como nos pegan los anagramas y los escudos en las cuestaciones, pero la alegría se me caía cada dos por tres al suelo y a veces la encontraba pisoteada. Todos los amigos estábamos etiquetados con palabras luminosas. La cena era realmente una metáfora en la que confluían seres empeñados en dignificar la vida con las palabras. Luego nos fuimos a tomar unas copas y terminé perdiendo definitivamente la alegría en alguno de los abrevaderos ruidosos en los que acabamos hablando a gritos para poder entendernos. Por eso escribo esto ahora, porque a las palabras hay que convocarlas todos los días si queremos que nos devuelvan lo que esperamos de ellas. Miro por la ventana y encuentro un cielo azul y a un gato que se despereza relajado aprovechando el sol del mediodía. Supongo que la pegatina de anoche se habrá terminado mezclando con el mundo. Cualquiera de ustedes puede cogerla de la calle y pegársela ahora mismo en el pecho. No digo que cure todas las penas, pero por lo menos servirá para que te creas lo que tantas veces echan a perder los telediarios. Mucha suerte.
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2 comentarios:
Ojalá que tus "seres empeñados en dignificar la vida con las palabras" lo consigan, pero no sólo con sus palabras, sino con sus actos.
A veces, cuando nos sentamos a escribir, olvidamos que el mundo es más que letras.
Lástima que la alegría se te cayera... pisoteada, arrastrada y olvidada, ya no es lo mismo. Y conseguir una "alegría" porque otro perdió la suya... no está bien.
Abrazos
Si todos la compartimos no importa perderla por un rato porque al final siempre reaparece. Otro abrazo
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