11 de abril de 2011

Pescadores

Todo lo que existe tiene vida propia. La pluma de la gaviota que mueve el viento nos sugiere mil historias y aviva los recuerdos. También esas gotas de agua que desaparecen antes de llegar a humedecer la roca cambian el color del horizonte y renuevan nuestra propia mirada. Todo importa, nada es desdeñable. Los pescadores que ya han regresado a puerto cuando usted lee esta columna saben de lo que estoy escribiendo. Ellos estrenan las mañanas en medio del océano viendo aparecer el día en el horizonte como quien atisba un puerto iluminado en el que desembarcar con todas las esperanzas. Los pescadores siempre arrastran la nostalgia de la mar. Ya en tierra, cuando todos nosotros creemos que estamos estrenando el día, ellos añoran las gaviotas que les persiguieron hasta la orilla y han tenido tiempo de apreciar que la vida va mucho más despacio mar adentro. Son sabios aunque callen y parezcan seres entregados a la observación y a la misantropía.

Los pescadores viven al día y salen a la mar cada madrugada como quien se adentra en la nada de uno mismo. Han sobrevivido a tempestades y a naufragios, y dependen de la suerte que reparta el océano para comer caliente. Nunca pierden el rastro de las sebas y de la sal. Cosen nasas en las orillas y luego las lanzan al agua como quien tira una moneda en la Fontana de Trevi cerrando los ojos para que no se escapen los deseos. Ellos sí que han surcado la poesía que otros tratamos de escribir desde la orilla, se han confundido con todas las metáforas imposibles y han seguido el rastro de cantos de sirenas que jamás logrará entonar ninguna diva mortal. En la orilla andan siempre como le leí a Concha Hernández Romero que se quedan todos los enamorados, igual que las seifias atrapadas en los trasmallos, enredados en sí mismos, añorando el bamboleo de las olas que te encumbran o que te hunden como mismo hace la vida con los que andamos en tierra firme. Los que llegan de la mar caminan como si el mundo no fuera con ellos, como si navegaran eternamente en medio de sus travesías y nunca terminaran de pisar del todo cuando van por la calle. Ya sé que parece que idealizo a los pescadores que ahora mismo estarán sentados en cualquier orilla apurando un pitillo medio apagado o repasando los trazos del nombre de la amada con el que bautizaron una falúa que también lleva escrita su biografía en la sentina que guarda el olor del mar profundo. Aprendía de ellos cada vez que los veía llegar a la costa del Puerto de Las Nieves cuando niño, y sigo aprendiendo en Arinaga cuando los veo confundiéndose con el sol que despunta por el Este. Y es que yo también quisiera empezar cada mañana como quien estrena el mundo. O vislumbrar desde el mar lo pequeño que parece todo cuando se mira de lejos y sólo importa seguir navegando.

1 comentario:

Distintos dijo...

Estrenar el mundo..qué bello..Navegar siempre aunque nos esperen sólo naufragios y nos engañen tantos cantos de sirena..