9 de mayo de 2011

Baraka

Sólo olvidamos los sueños que se van cumpliendo. No nos damos cuenta del triunfo diario porque los ganadores, como decía aquella canción de Abba, arrasan con todo, incluso con los recuerdos. Los sueños que se quedan en el limbo son el martillo pilón del que se valen luego nuestras frustraciones. Tampoco sabes hasta qué punto es el azar el que inventa y deshace los sueños, o hasta qué punto somos nosotros mismos, pobres mortales que buscamos la felicidad a toda costa, los que elevamos o hundimos aquella materia con la que Shakespeare decía que se escribían.

Se puede soñar despierto, soñar dormido o soñar escribiendo, que es una especie de camino intermedio entre esos dos mundos en los que nos movemos a diario. Como yo suelo escribir siempre de madrugada, antes de que amanezca, a veces no sé dónde situarme. Por eso de vez en cuando me pongo a escribir frases positivas a ver si puedo variar el argumento de mis propios sueños. Creo que no sólo somos lo que comemos: también somos lo que escribimos y sobre todo lo que vamos leyendo o viendo en la televisión o en el paisaje que tenemos delante cuando vamos caminando por la calle. Uno se genera su propia suerte cuando se escribe sin tintes melodramáticos. No es lo mismo trazar en el papel la palabra alegría que centrarse en negrura o en tragedia. No digo que podamos cambiar el curso de la historia que nos espera, pero creo que sí somos capaces de generar buenas ondas a nuestro alrededor, y también, claro, de abrirle puertas a la esperanza y a la sonrisa. Da lo mismo que todo se vuelva contra ti en esos días que no sabes cómo pueden salir tan mal programados desde que saltas de la cama. Uno tiene que intentar cambiar ese guión compensando las desgracias con las ilusiones o viendo alguna comedia de Billy Wilder. Tener baraka, que es como los árabes conocen a la suerte providencial, es una cuestión de esfuerzo. Algunos lo tienen más fácil y casi nacen con la suerte predestinada en cada uno de sus pasos; pero hay otros a los que de tanto decirles que son unos gafes se acaban convirtiendo en tipos con los que no te gustaría tropezarte el día que esperas el resultado de un examen importante o cuando estás a punto de conquistar al amor de tu vida. Todos conocemos en nuestro entorno más cercano a personas con las que parece que te puede tocar la lotería en cualquier momento y a otras con las que, cuando te las encuentras, sólo estás pendiente de que no te lluevan del cielo aquellos clavos que cantaba Rubén Blades en Pedro Navaja. El uno y el otro son intercambiables, como mismo lo somos cualquiera de nosotros. La baraka, la suerte, el duende gitano, lo programamos desde que tenemos el primer pensamiento del día. Por si acaso, toca madera, pero no olvides nunca a Benedetti y defiende siempre a la alegría del pasmo y también de las pesadillas.

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