16 de mayo de 2011

Carteles

En estos días no hay quien mire a los horizontes de las calles. Se acabó el mar en la lejanía, la montaña que te recordaba la primavera o el neón luminoso que delimitaba el final de tu mirada. Ahora todo se ha llenado de caras que te sonríen desde los semáforos y las farolas, hombres y mujeres que reconoces de los telediarios y que se acompañan de lemas rimbombantes. Un día te levantas y todo tu paisaje se transforma. Realmente sucede eso cada mañana, pero solemos ir medio despistados y no nos fijamos en la flor que acaba de nacer o en el escaparate que cambia la ropa de invierno por la de verano. Ahora ni el más despistado se salva de esa parafernalia con la que intentan ganar nuestro voto, como si nuestro voto tuviera que ver con los colores elegidos para una corbata. Si hay gente que vota siguiendo esos criterios, entonces sí es verdad que la cosa se presenta peligrosa y que los Berlusconis están más cerca de lo que pensábamos. Al final habrían conseguido que la política, o lo que queda de ella, también entrara a formar parte del Show Business televisivo.

Cada vez que veo ese despliegue cartelero por las calles, recuerdo la historia que me contaron hace años sobre un candidato ególatra que se presentó dos veces seguidas a las elecciones de su pueblo sabiendo de antemano que no tenía nada que hacer. El hombre era un gañán de cuidado, pero tenía dinero, y ya sabemos desde el Arcipreste de Hita que si hay parné los torpes se tornan inmediatamente hombres de respetar. Lo que le gustaba era ver su careto por las calles y pasearse delante de sí mismo para que todos lo reconocieran. No creo que nuestros políticos lleguen a tanto, pero yo me sentiría raro si me paseara por Triana y viera mi cara repetida cientos de veces como si habitara una pesadilla. Lo que no sé tampoco es qué harán después con todas esas caras, dónde las amontonarán, en qué vertederos las terminarán reciclando o en qué almacén se irán cubriendo de polvo. No se pueden reutilizar porque cambian las modas y porque las propias caras, que ya sabemos que son los espejos del alma, necesitan cada vez más retoques informáticos para esconder las muchas promesas incumplidas o traicionadas. Lo peor es cuando se olvidan de ellos mismos y no recogen sus propios carteles. Entonces sí es cierto que da pena encontrarlos cada vez más ajados, amarilleando a la salida de un túnel o en la calle de un polígono industrial venido a menos. Esos carteles olvidados son metáforas que deja el tiempo para que los que ganan no olviden nunca su paso efímero por este comedia. Da lo mismo que luego, desde que pasan dos días, se vuelvan a creer otra vez inmortales. En los carteles quedan atrapados en su propia sonrisa. Y ya sabemos que la mirada siempre nos termina delatando.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta, simplemente decirte eso.
Un saludo.
Abraham García García

Editor dijo...

Muchas gracias, Abraham. Un abrazo