2 de mayo de 2011

Insolencias

La madre le decía que bajara la voz, pero ella actuaba como si estuviera en el comedor de su casa. Primero empezó a ensañarse con los Aries. Decía que eran malas personas y que no merecían ser felices. Ella no tenía por qué saber que yo era Aries. Fue una de esas casualidades que suceden de vez en cuando y que acaban contrariándote delante de personas que no conoces. Yo comía solo en el restaurante y ellas ocupaban la mesa más cercana. De cada doce comensales, supongo que uno sería Aries, aunque ya sabemos que las estadísticas son tan poco fiables como últimamente las predicciones meteorológicas. Estaba la que parecía la abuela, la madre y dos hermanas, una de ellas con su pareja. La nieta o la hija, según desde dónde partamos, que estaba sola era la que no paraba de hablar a voz en grito. Me imagino que habría tenido un desamor con algún Aries. No dejaba de describirnos como monstruos y como seres que no merecemos vivir. Hasta yo mismo llegué a plantearme si no sería uno de esos sátrapas y no me habría dado cuenta. Nací a principios de abril y eso, en boca de aquella lenguaraz incontenible, parecía la peor de las desgracias. Intenté abstraerme y disfrutar con la comida y con el vino. Pensaba en mis cosas y casi logré que la gritona insolente se convirtiera en una voz lejana. Traté de mantenerme a salvo de sus espumarajos.

Seguía hablando y gesticulando, y esta vez sí parecía que se dirigía a mí. Me estaba comiendo un entrecot medio hecho y ella comenzó a decir que los que comíamos carne éramos unos asesinos sin escrúpulos. Siempre me he comido la carne con aprensión y muchas veces me he planteado volverme vegetariano, pero nunca pensé que por comer carne iba a terminar convertido en un canalla. Fui dejando poco a poco la comida. La insultadora estaba a unos tres metros de mí y me miraba como si fuera ese indeseable que no quería ser. No sabía cómo reaccionar. Si llamaba al maitre iba a resultar ridículo, si me levantaba pecaría de irrespetuoso y si le decía algo a la gregaria lo más probable es que me montara un numerito en medio del resto de comensales. Opté por tomarme un buen trago de vino, pero cuando aún no había llegado al gaznate el Gran Reserva en el que me estaba gastando un dineral, la insolente empezó a decir que estaba harta de borrachos y de tener que pagar impuestos para que luego atendieran en los hospitales a todos esos que son unos viciosos y unos irresponsables. Era mala persona por ser Aries, asesino por comerme un entrecot y borracho por saborear un vino que estaba deseando probar desde hacía meses. Pedí la cuenta y me vine a casa a desahogarme delante del ordenador. Uno no cree que pueda haber gente así por el mundo. Pero las hay, y cada vez más. Son insolentes, déspotas, maledicientes y arrogantes. Les juro que yo no la conocía de nada.

1 comentario:

Distintos dijo...

Magnífico. Contundente como un buen puñetazo de boxeador profesional.