29 de mayo de 2011

Isleños

“Poeta y emigrante, nuestro insular es ese hombre que cuando se queda solo, canta.” Hoy quería empezar este artículo citando a Domingo Pérez Minik. Mañana celebraremos el día de Canarias. Habrá actos institucionales, panegíricos exaltados, folías, seguidillas y saltonas, y toda esa parafernalia que organizan para que nos sintamos un poco más canarios. Yo me quedo con Minik y reivindico mi condición de isleño, y desde esa condición está claro que me siento cercano a las islas más cercanas en las que reconozco paisajes y cadencias en el habla, y en las que también encuentro un océano que nos acerca y nos aleja según suban o bajen las mareas, o según aparezcan más o menos despejados los horizontes que nos circundan. Un isleño es una isla donde quiera que vaya. Andamos rodeados de mar por todas partes, pero también sabemos que la vida está para navegarla en busca de aventuras. Aprendimos con Kavafis que Ítaca es el viaje. No importa no llegar nunca a ningún puerto.

Hoy salimos en aviones en busca de otros destinos, pero en el fondo nunca dejamos de ser aquellos navegantes que nos precedieron y que se embarcaban antes del alba hacia otras orillas con más futuro, casi siempre mirando hacia América, rebuscando un horizonte que como todos los horizontes se alejaba cuando parecía que estaba casi al alcance de la mano. Luego, desde esa otra orilla lejana, miraban todo el rato al mar que les había traído soñando regresos que pocas veces se concretaban. Los isleños no miramos a las aguas con los mismos ojos que los continentales. Y no hay que nacer isleño para serlo. Uno se hace isleño cuando el océano que te rodea te enseña que la vida es como esa navegación que comentaba hace un momento, unos días en mares calmos y otros tratando de no zozobrar en medio de olas que amenazan con hundir profundamente todas nuestras ilusiones. Y desde la orilla sueñas y sigues soñando con todas las orillas del planeta hasta volverte universal y saberte de paso. Decía Galdós que por doquiera que el hombre va lleva consigo su propia novela. Los insulares escribimos esa novela diaria teniendo presente todo el rato que los horizontes están para soñarlos y para esperar de ellos los deseos que uno anhela con más entusiasmo. Esa raya que desde niño delimitaba nuestro paisaje abría todos los caminos de la imaginación. Luego, cuando navegas o vuelas en busca de otras tierras, descubres que el océano no es más que una sucesión de grandes charcos luminosos. La tinta de ese azul interminable es la que luego termina escribiendo nuestra novela. Da lo mismo donde estemos. El mar, como escribía Alonso Quesada, siempre nos estará invitando a lo imposible. Por eso las islas y los isleños quedamos eternamente unidos mucho más allá de donde alcanzan nuestras propias miradas.

Artículo publicado en Canarias 7

1 comentario:

Distintos dijo...

Dividida en muchas islas navego en busca de un horizonte escamoteado, roto,una finísima línea que flota aferrada a la última tabla..Gracias, poeta por tan deliciosos argumentos. Un abrazo