28 de octubre de 2011

Cuadros de Hopper

Un cuadro de Hopper es un tiempo que se detiene delante del mar, una esquina poblada de náufragos que se aferran a la barra de un bar venido a menos o la silueta de alguien que espera una llamada que le salve del fracaso en la inmensa soledad de una habitación de hotel. Pero esos cuadros también dan título a un libro de Nicolás Melini que llevo releyendo hipnóticamente desde hace varios días. Melini se asoma al mundo con poemas tan desgarradores, intensos y cercanos como cualquier cuadro de Edward Hopper. Pero además logra contar historias como si hubiera colocado esos versos en relatos o en pequeños capítulos de novelas que se acercaran al día a día de cualquier biografía. Los géneros literarios deberían enredarse como se enreda la vida en sus luces y en sus sombras sin necesidad de cambiar el orden de los días o los escenarios en los que nos movemos tratando de darle algún sentido al oxígeno que respiramos. Los cuadros de Hopper y los versos de Nicolás Melini se hermanan en un mismo asombro ante la realidad cercana que emociona cuando aprendemos a mirarla más allá de las apariencias. Y no es fácil mirar lo que nos rodea. Y mucho menos contarlo o pintarlo como lo hacen ellos. Que qué queda de todo eso. Ni más ni menos que el sustento que te permite no morir de hastío o de aburrimiento, unos retazos de vida que palpitan cada vez que precisas argumentos para seguir confiando en el milagro diario de la existencia, pinceladas y versos que quedarán a salvo cuando ya no estemos ninguno de nosotros para contarnos.

Cuadros de Hopper. Nicolás Melini. Ediciones La Palma (Madrid 2002)





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