13 de noviembre de 2011

El camino


No me creo eso de que no haya nada sobre lo que escribir. Basta con levantar la mirada del teclado o con mirarse hacia dentro para dar con un argumento. La inspiración es un milagro que no depende nunca de uno. De nosotros depende el trabajo, la constancia y la insistencia de seguir juntando palabras que nos ayuden a entender un poco mejor el mundo. No vale quedarse con la mirada perdida pensando en las musarañas, lo mismo que no vale pararse a pensar por qué respiramos. Se escribe y se respira con naturalidad, lanzándose al vacío cuando hay que lanzarse y confiando en todo momento en la aparición del oxígeno o de la palabra. Esos pájaros que celebran el amanecer en el balcón de mi casa no han ensayado mentalmente sus cantos. Presienten el sol y se dejan llevar por la alegría de haber sobrevivido una vez más al arcano diario de la noche. Tampoco ese sol que ya despunta, como escribía el poeta William Blake, se detiene a pensar nunca por qué brilla. Si dudara se nos apagaría el planeta y dejaríamos de renacer en los amaneceres, como mismo se apaga nuestra existencia si no intentamos ser nosotros mismos en medio del caos que nos rodea. Si dudamos o nos quedamos esperando a que alguien aliente nuestros pasos lo más probable es que nos quedemos sin escribir nuestra propia biografía. Y además siempre tendremos tiempo de corregir. Da lo mismo el fracaso o el éxito del día anterior. Cada mañana te enfrentas a una hoja o a una pantalla en blanco. Sólo tienes que empezar a poner una palabra detrás de otra para convocar a la suerte. Y donde digo palabras puedes colocar cualquiera de tus pasos. Nos vemos en el camino.

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