29 de noviembre de 2011

Palabras

La palabra no existe hasta que no la escribes, no la lees o no la piensas. Tampoco la idea, ni el recuerdo; ni siquiera tú existes hasta que no te escribes, no te lees o no te piensas justo después de despertarte y de comprobar que el mundo sigue más o menos habitable a tu alrededor. Repasando los textos que escribiste o leíste el día anterior te sientes como si rastrearas entre fósiles. Las palabras renacen milagrosamente de la nada tras muchos procesos que se nos escapan en ese arcano insondable que es el cerebro. Y hay días para unas palabras y días para otras. También hay silencios necesarios; pero aun en el silencio más desesperante te espera la eufonía de alguna palabra que te salva cuando parece que el precipicio está a punto de abrirse hueco delante de tus pies. La mañana será siempre un milagro mientras podamos seguir juntando en una misma frase mañana y milagro, o mientras comprobemos que la palabra amanecer se confunde con la luz del sol cada vez que miramos al horizonte. Nuestra vitalidad depende de la fuerza de nuestras propias palabras. Agarrados a ellas nos sabemos a salvo incluso del olvido.

No hay comentarios: