16 de noviembre de 2011

Rocas

La arena de la playa acaricia nuestros pasos y nos deja escribir nuestro nombre sobre la piel del planeta antes de que la marea lo borre y nos devuelva otra vez al olvido. A veces también logramos trazar dibujos prodigiosos que luego se diluyen poco a poco como los sueños que vamos postergando. Pero quien resiste y logra mantener sus formas es la roca. Para sobrevivir sabe que es necesario aguantar estoicamente el embate de las olas más violentas y la llegada de las mareas altas que la sumergen un par de veces cada día. En cientos de años ha visto variar sus formas y quebrar sus perfiles más salientes, ha acogido a cangrejos que terminan imitando sus colores para cobijarse entre sus huecos y sus charcos y ha observado a hombres y mujeres paseando por la orilla como si fueran eternos. Amanece el día con marea baja y la roca enseña al mundo la luminosidad de los primeros rayos del sol, emerge encendida, solitaria entre las aguas que siguen empeñadas en horadar la costa y en derrumbar sus contornos. Me vale su ejemplo tenaz para encarar el día que tengo por delante: subirán y bajarán mareas, tendré que perder algo de mí para poder mantenerme a flote (todo lo que se lleva cada día el tiempo) y trataré de emerger todas las veces que haga falta cuando las aguas de la mezquindad traten de hundirme. Al final de la tarde regresaré a la roca para celebrar juntos su triunfo diario.

1 comentario:

María Brito dijo...

En mi paseo de hoy por la playa, tras leer este maravilloso texto, la piel del planeta se sentía aún más suave.Gracias, Santiago.