14 de noviembre de 2011

Síndromes


Nada es realmente increíble. Para mí la realidad y la ficción forman parte del mismo escenario. Hay ficciones que parecen más reales que la vida misma, y vidas desbordantes y sorprendentes que no cabrían ni en la imaginación más alocada. Nosotros también nos movemos entre ambas dimensiones, y hay mañanas en las que amanecemos como personajes de novela y otras en las que, a fuerza de volvernos rutinarios, somos más aburridos que un parte meteorológico. Aspiramos a vivir como héroes literarios, pero muchas veces el día a día nos empuja a sobrevivir pagando las hipotecas o regresando a casa en medio de un atasco que descorazona. Cuando realmente somos esos héroes no nos damos cuenta. La gente que es feliz vive sin pensar en su suerte y sin recurrir a la ficción porque no hay nada que supere esa felicidad que nos sorprende cualquier mañana. Son los perdedores, que también somos todos de vez en cuando, los que escriben, los que cantan y los que echan de menos una existencia en la que no exista ni el dolor ni el hastío. Por eso inventamos el Edén; para tener una utopía en la que cobijarnos. 
Pero esa realidad de la que les vengo hablando se presenta algunas mañanas con noticias que te sorprenden y que te dejan atónito. El otro día me contaron lo del síndrome del acento extranjero. Por lo visto te puedes despertar cualquier mañana hablando con acento coreano o ruso. Ha pasado en varios lugares del mundo y tiene que ver con un problema cerebral. En el norte de Inglaterra una señora inglesa se despertó pronunciando como una francesa de paso por el Reino Unido, y en Alemania hubo una chica que amaneció hablando con acento chino. Les aseguro que no estoy de coña, y si no vayan a Internet y comprueben que lo que escribo es tan cierto como las noticias del índice Nikkei o del Dow Jones. También hubo otra mujer que tras salir del dentista se vio convertida en una extranjera que hablaba su propio idioma con un acento desconocido. Por eso les tengo tanto miedo a los dentistas. A los españoles nos vendría de maravilla ese síndrome porque por fin podríamos hablar inglés con el acento de las películas; pero no deja de ser una puñeta ese cambalache cerebral que te puede sacar de la cama cualquier mañana convertido en un extranjero de ti mismo. Ya bastante tenemos con todos los eufemismos que debemos utilizar para no quedarnos sin amigos. Por eso, sin que nos veamos afectados por ese síndrome, mucho de lo que decimos y de lo que nos cuentan, sobre todo los políticos, nos suena cada vez más a chino. Nuestra realidad ya sólo se entiende si nos acercamos a ella como si fuera una ficción. No traten de explicarla con coherencia porque, si lo hacen, lo más probable es que acaben escuchándose en swajili o en un acento todavía más indescifrable.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias, por tu frescura e ingenio.

Anónimo dijo...

Felicidades nada ficticias por el texto.