9 de diciembre de 2011

El destrozador


 De niño no se le podía regalar nada. Despanzurraba los muñecos, abría por la mitad los coches teledirigidos y terminaba rompiendo todas las bicicletas. Las madres de los amigos no lo querían ver en sus casas. Si llegaba él, sus hijos acababan siempre llorando. Les pegaba o les rompía los juguetes. Lo fueron marginando. Sus propios padres ya no sabían qué hacer. Cuando era hijo único lo aguantaban estoicamente y a veces hasta le reían las gracias. Luego tuvo otros tres hermanos que no se le parecían en nada. Eran tranquilos, respetuosos y sólo rompían algo de forma accidental. La soledad fue la que le llevó a la lectura. Era lo único que le serenaba. Se empezó a encerrar en sí mismo. En el colegio fue aprobando sin problemas y cada vez rompía menos juguetes. Así y todo, sus padres no se esforzaban mucho a la hora de buscar sus regalos de Reyes. Él, cuando rompía, decía que sólo quería conocer lo que había dentro de las cosas. Luego se arrepentía y se daba cuenta de que ya no podría correr como el resto de sus amigos con su bicicleta, ni poner en marcha el coche de sirenas luminosas que había alumbrado la madrugada del 6 de enero. Terminaba triste y desconsolado, y además lo penaban, y luego no lo dejaban acercarse a ningún juguete de sus hermanos o de sus amigos. Los niños que no juegan son luego los adultos más complicados.
Acabó la carrera de Ciencias Empresariales y aprobó unas oposiciones para entrar en el Ministerio de Economía y Hacienda. Está bien situado en un cargo burocrático de los que no peligran con la crisis. De hecho, los políticos miran para él y sus compañeros cada vez que reciben las cifras del paro, del Producto Interior Bruto o las previsiones de los especuladores internacionales empeñados en darle matarile a la economía española. Ellos se cruzan de brazos y comentan siempre que están en ello, pero nunca presentan una medida medianamente aplicable para salir del atolladero. Además, los políticos tampoco se aclaran porque unas veces pretenden quedar bien con Angela Merkel y otras quieren contentar, para que se calmen, a los indignados del 15 M que no paran de multiplicarse. Sus padres hace tiempo que murieron, y con sus hermanos apenas tiene relación. Tampoco tiene amigos, sólo conocidos del trabajo o ex compañeros de universidad. No sabe si se ha enamorado, pero a él no le ha querido nunca nadie. Físicamente se ha descuidado bastante. Pesa ciento diez kilos y apenas puede moverse de un lado para otro. Una vez cumple su jornada laboral se sienta delante del ordenador y no se levanta hasta que se va a la cama. Incluso come sin levantar los ojos de la pantalla. Se ha creado perfiles en Facebook y Twitter con identidades falsas y mantiene abierto un blog de reflexiones personales. En lo esencial no ha cambiado mucho. Sigue destrozando y destrozándose. No los ha llegado a contar, pero calcula que cada día puede escribir más de cincuenta mensajes insultantes en los periódicos, los blogs y las redes sociales que frecuenta. Se esconde en el anonimato. Luego, como le pasaba de niño cuando destrozaba los juguetes, acaba arrepentido, pero casi nunca puede borrar lo que escribe dejándose llevar por ese pronto cainita que le mueve. Lo peor es que lleva meses insultándose anónimamente a sí mismo. Escribe barbaridades en su propio blog fingiendo ser otro o utiliza los muchos perfiles que ha abierto en Facebook para ridiculizarse y herirse de una forma rastrera y vergonzante. Muchos se apiadan de esos ataques y salen a defenderle. Él, mientras tanto, se promete cada noche que no volverá a zaherir a nadie, pero luego le puede su instinto insidioso y destrozador. Odia al mundo y se odia a sí mismo, pero sabe que así no puede aguantar mucho más tiempo. De niño rompía los juguetes, también sus propios juguetes; ahora de mayor se fustiga a sí mismo y hace daño a cientos de personas que escriben en los periódicos digitales o en los blogs. Sólo vive para eso. Para destrozar y para hacerse daño. Lo daría todo por haber sido un niño feliz.

2 comentarios:

Germán Hernández dijo...

Me gusta, por que siempre resulta difícil escribir sobre estos tópicos de la comunicación virtual.

Saludos!

Editor dijo...

Muchas gracias, Germán. Un fuerte abrazo