12 de diciembre de 2011

Fondos

Los fondos marinos se confunden con el universo. Hay un silencio abisal y sereno que te aleja del mundo que queda fuera de las aguas. Los peces me observan como si columbraran mi condición de mortal desorientado y se quedan expectantes ante ese grotesco homínido que se mueve con gafas, tubo y cientos de burbujas a su alrededor. Allí abajo importa poco lo que nos quita el sueño aquí arriba. Parecemos más difusos y más etéreos, más sosegados y también mucho más indefensos. Hace millones años nuestros más remotos antepasados habitaban ese espacio con naturalidad. Nosotros regresamos de vez en cuando, pero nos hemos extraviado tanto en la superficie que parecemos invasores en medio de especies con las que compartimos sueños infinitos. Me gusta adentrarme en los fondos marinos para sentir que el cuerpo, cuando flota entre las aguas, se libera del peso diario y de los compromisos laborales y sociales que le alejan de lo efímero. Allí abajo, donde un cardumen ilumina el vacío con mil colores plateados y donde el sol no es más que una luz distante que adormece a las mareas, uno se siente a salvo de las pequeñas mezquindades cotidianas. En el más absoluto silencio, sólo se percibe el sonido de la aguas cristalizando el tiempo.

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