6 de diciembre de 2011

Protagonismos


Cada uno es siempre el protagonista de su propia existencia. Ya sé que esto que acabo de escribir puede parecer una perogrullada, pero conviene recordarnos de vez en cuando que las grandes gestas de la historia, las películas inolvidables, las más bellas ciudades, los cuadros más logrados o las melodías más grandiosas carecerían de sentido si no estuviéramos nosotros para darles vida. Una vez nos borren de esta comedia nos dará lo mismo Goya o Antonio López, El apartamento o Ciudadano Kane, Nueva York o Venecia, la playa de Famara o la de Guayedra, el Yesterday de Los Beatles o el Mediterráneo de Serrat. Si no estamos y disfrutamos de todo eso, no nos vale para nada, como no nos valían para nada hace miles de años las pirámides de Egipto. Por eso digo que los protagonistas somos cada uno de nosotros, y que de nuestras intenciones de ser más o menos felices dependerán nuestros días y nuestras noches, nuestros recuerdos, y también la suerte que nos acompaña o nos abandona en cada uno de esos pasos que pocas veces valoramos en su justa medida.

Lo que ocurre es que el protagonismo lo estamos confundiendo con los retratos o con esas grabaciones en vídeo en las que te sacan mirando a los celajes o leyendo el periódico en cualquier terraza. Vivimos un momento de locura digital que me imagino que se nos irá pasando cuando nos acostumbremos a llevar la cámara encima sin necesidad de estar activándola todo el santo día. Entras en las redes sociales y se te aparece un pandemónium de gente subiendo imágenes de todo lo que va haciendo. La mayoría de las veces son fotos o vídeos que no tienen valor alguno, poses forzadas o gestos que han copiado de algún futbolista o de algún cantante de moda. Nos creemos que por salir mucho en las imágenes nos estamos inmortalizando; y no nos damos cuenta de que, paradójicamente, esas fotos digitales son mil veces más vulnerables que las que guardaban nuestras abuelas en aquellos álbumes que recogían las más destacadas vivencias de la familia. Hace unos años el revelado era caro y uno solo disparaba la cámara cuando llegaba el momento. Ahora nos da igual porque no hay que revelar y porque creemos que en los discos duros del ordenador o en las redes sociales cabe todo lo que vayamos echando. Me parece bien esa democratización de los medios audiovisuales, pero siempre y cuando apunten hacia otro lado. No por retratarnos dejamos de ser menos etéreos y menos mortales. Yo prefiero ser protagonista de mi vida real. Lo otro no son más que imágenes que alguien borrará con la misma facilidad con la que desaparecerá nuestro recuerdo cuando ya no quede nadie que nos rememore, otra imagen más que acabará naufragando en medio de un océano de caras desconocidas.


1 comentario:

Germán Hernández dijo...

Oportuna advertencia antes se convertirnos en vasos sin contenido...