Para muchos de nosotros las máquinas que hoy tenemos a todas horas entre las
manos formaban parte de la ciencia ficción. A lo mejor de niños fuimos capaces
de imaginar un teléfono móvil con cámara de vídeo o un Ipad, pero si lo hicimos
fue confundiendo lo que soñábamos con cualquiera de aquellas películas con
efectos especiales que programaban en cines con nombres rimbombantes que un buen
día desaparecieron de nuestras ciudades. Para nosotros el scalextrix, las
batidoras o las máquinas de marcianitos eran tecnología punta, pero también eran
aparatos que se estropeaban desde que apretabas un botón equivocado. Tal vez por
eso es por lo que mi generación, y no digamos las anteriores, es tan aprensiva y
tan timorata cuando tiene que enfrentarse a un nuevo mecanismo tecnológico o a
cualquier avance digital. Hacemos como que entendemos, pero casi siempre
fingimos y ponemos cara de concentración para que no sospeche nadie de nuestros
miedos y de nuestras impericias.
Escribo todo esto por lo que me pasó hace unas semanas con un amigo escritor algo mayor que yo. Me llamó porque suponía que yo era un Kasparov de la cosa informática y, claro, no le iba a contar lo que les estoy contando a ustedes. El hombre había oído hablar de Twitter y quería que yo le explicara el funcionamiento. Le dije que encendiera el ordenador y le indiqué los pasos para que se abriera una cuenta en la red social de los ciento cuarenta caracteres. Costó un poco, pero logramos que abriera esa cuenta. A partir de ahí empezó la odisea. Cuando le decía que probara las distintas opciones se quedaba bloqueado y sin hacerme caso. Me dijo que tenía miedo a cargarse el Twitter si le daba a una opción incorrecta: no hablaba de su cuenta sino del Twitter entero, de todo el sistema por el que se comunican ahora mismo millones de personas. Me comentó algo parecido a lo que yo acabo de escribirles, que era un manazas con las máquinas y que casi siempre terminaba provocando algún desastre. Yo traté de explicarle que Twitter, por suerte, está a salvo de patosos. También le recordé que la informática de ahora no tiene nada que ver con la de aquellos sistemas operativos que nos borraban el trabajo de todo un día si apretábamos cualquier tecla equivocada. Le dije que para moverte en este mundo no te queda más remedio que ser osado y que perder el miedo a equivocarte. Lo único irremediable es la muerte. A todo lo demás se llega experimentando. Mi amigo ya tuitea de maravilla y, de momento, no se le conoce ningún estropicio digno de consideración informativa.
Escribo todo esto por lo que me pasó hace unas semanas con un amigo escritor algo mayor que yo. Me llamó porque suponía que yo era un Kasparov de la cosa informática y, claro, no le iba a contar lo que les estoy contando a ustedes. El hombre había oído hablar de Twitter y quería que yo le explicara el funcionamiento. Le dije que encendiera el ordenador y le indiqué los pasos para que se abriera una cuenta en la red social de los ciento cuarenta caracteres. Costó un poco, pero logramos que abriera esa cuenta. A partir de ahí empezó la odisea. Cuando le decía que probara las distintas opciones se quedaba bloqueado y sin hacerme caso. Me dijo que tenía miedo a cargarse el Twitter si le daba a una opción incorrecta: no hablaba de su cuenta sino del Twitter entero, de todo el sistema por el que se comunican ahora mismo millones de personas. Me comentó algo parecido a lo que yo acabo de escribirles, que era un manazas con las máquinas y que casi siempre terminaba provocando algún desastre. Yo traté de explicarle que Twitter, por suerte, está a salvo de patosos. También le recordé que la informática de ahora no tiene nada que ver con la de aquellos sistemas operativos que nos borraban el trabajo de todo un día si apretábamos cualquier tecla equivocada. Le dije que para moverte en este mundo no te queda más remedio que ser osado y que perder el miedo a equivocarte. Lo único irremediable es la muerte. A todo lo demás se llega experimentando. Mi amigo ya tuitea de maravilla y, de momento, no se le conoce ningún estropicio digno de consideración informativa.
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