31 de enero de 2012

Rastros


En las viejas películas de intriga todo se resolvía tirando de alguna pequeña pista aparentemente sin importancia. Bastaba una caja de fósforos con el nombre de un hotel desconocido, una factura de un restaurante de moda, una foto ajada de algún amor perdido o un llavero para resolver la trama. También nosotros cargamos con pequeñas cosas que nos definen y que podrían desvelarnos en caso de que perdiéramos la memoria en mitad de la calle. Vale que si llevamos el DNI o las tarjetas de crédito se acabaría toda la intriga sobre la marcha, pero vamos a suponer que esos documentos se nos quedan accidentalmente en casa. Entonces es cuando comenzaría la aventura alrededor de nosotros mismos. Quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos. Realmente esas preguntas tampoco las responde ningún documento, pero ya hemos dicho que lo mejor sería no liarnos y dejarnos llevar por las necesidades del guión.

Esos rastros también se pueden extrapolar a nuestra propia biografía. Está lo que ve todo el mundo: el color de nuestros ojos, la guagua a la que nos subimos cada mañana o el periódico que llevamos debajo del brazo. Pero luego hay otro al que solo se puede llegar a través de rastros casi inapreciables, y en esa investigación el único capacitado para resolver el entuerto es el mismo protagonista de la trama. Si no nos alongamos hacia nuestros adentros, nuestra vida será como aquellas películas malas y previsibles en las que nunca sucedía nada que no estuviéramos esperando. Si miráramos con detenimiento los detalles de nuestra existencia pasada y presente, y si además tiráramos de alguna madeja en principio sin importancia, qué sé yo, un balón de fútbol que tuvimos de niño, o aquel perro que perdimos en la adolescencia, a lo mejor nos podríamos reencontrar mucho mejor. Ya, ya sé que apenas nos dejan tiempo para protagonizar películas que merezcan la pena, y que ahora todos nos piden que vivamos como los protagonistas de las películas de acción que solo están pendientes de acabar con supuestos enemigos. Los otros argumentos, los que tienen que ver con nuestros rastros, los estamos dejando pasar de largo, y quizá por eso estamos tan desorientados y tan perdidos. Creo que urge mirar lo que hay dentro de nuestros bolsillos y de nuestros corazones para no extraviarnos y para empezar a buscar relaciones entre lo que realmente vale la pena. Solo tirando de esa madeja llegaremos hacia nosotros mismos. No importa que al principio cueste mucho encontrar alguna pista fiable. En aquellas películas en blanco y negro el investigador solía ser un incomprendido y un soñador que se enfrentaba al empirismo de los pragmáticos. Y era justamente a esos héroes que luchaban por causas perdidas a los que luego salíamos a imitar por las calles de la infancia.






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