30 de diciembre de 2012

Estrellas fugaces

Ella saltaba las olas como si siguiera siendo niña.
Tenia una promesa con Neptuno que nunca me contó.
Yo iba golpeando el agua por la orilla de la playa,
agitaba aún más la espuma que removían las olas
y dejaba que cientos de gotas saltaran luminosas por el aire.
Por unos segundos las gotas se volvían bellas y eternas,
brillantes destellos que encandilaban como estelas oceánicas,
chispeantes esquirlas que plateaban la quietud de la tarde.
Pensé en nosotros, en ella y en mí, pero no dije nada.
También éramos gotas que brillábamos en medio de los charcos.
No le dije que tras el fulgor volveríamos al anonimato de las aguas.
Ella seguía saltando las olas y de vez en cuando me besaba.
Yo creo que iba pidiendo los mismos deseos imposibles
que se le piden a todas las estrellas que nacen fugaces.

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