2 de diciembre de 2012

Rastros

Cada vez que llueve mi perro pierde su rastro por las calles,
rebusca entre las aceras el olor que lo salve del extravío,
y me mira como interrogándome, olisqueando el aire,
como si yo supiera adónde van a parar las huellas que perdemos,
todas esas marcas que también nosotros dejamos en los días
pensando que alguna vez podremos volver a vivir en ellos.
La lluvia no es más que un anticipo melancólico del olvido,
un olor que nos recuerda que todo comenzó en el agua,
y que la primera vez es un eco que se repite, atávicamente,
en los improvisados charcos que van reflejando nuestro destino.

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