Las olas le mojan los cabellos en la orilla.
Él se adentra cada noche suicida entre la espuma
y luego se despierta con el sabor del salitre más amargo.
Cierra los ojos y se deja llevar por las corrientes.
Da lo mismo con quien duerma cada madrugada:
en sus sueños siempre se sumerge en infinitos océanos
y luego regresa, arropado en su edredón,
o abrazado con ternura a la piel que ahora le ama,
como un náufrago varado en la arena negra de una playa.
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