10 de febrero de 2013

Domingo por la mañana


Cuando escribes también acaricias ausencias,
y logras que tus dedos recorran todas las sombras,
y te acurrucas de nuevo en aquella manta de la infancia,
y escuchas a tu abuela contándote historias,
y no te das cuenta que en cada palabra,
que detrás de cada renglón que vas escribiendo ahora,
solo buscas la magia de aquel momento,
el anticipo de un sueño prodigioso,
 y que escribes para no extraviarte,
y para encontrar  todo como estaba entonces,
la manta, la luz entrando por la cristalera,
tu abuela tarareando algún bolero,
el tictac de un viejo reloj iluminado,
el olor del café, el pan recién horneado,
y todos aquellos pájaros ensordeciendo la mañana.
Era domingo, y tú debías tener seis o siete años.

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