30 de marzo de 2013

Juegos y regresos


Prefieres mirar la montaña desde la distancia.
Por allí siguen corriendo todos los niños que fuiste.
Si volvieras te reconocerían las palomas de la plaza
y hasta los bancos que saben de tus amores lejanos.
Miras desde una ventana aquel paisaje
y crees que no has cambiado mucho con los años.
Es cierto que la vida pasa volando
y que parece que fue ayer, junto a esa montaña,
cuando ibas vaticinando futuros que cambiaban a diario.
Sabes que habrá muchos con los que jamás volverás a encontrarte.
Por eso casi no regresas y te quedas mirando desde lejos.
Es fácil recordar lo que uno quiere que eternice la memoria.
Lo que entristece es volver y no reconocerte en ninguna mirada.
También temes que todos te tomen por un extraño.
Para ellos seguirás siendo siempre el otro,
aquel niño aventurero que corría como un loco por los barrancos.
Lo recuerdas desde esta casa de la costa mirando a la montaña.
No se lo dices a nadie: sonríes y le guiñas un ojo cómplice
a quien nunca lograron apartar del último juego de la infancia.




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