Aquel solo de violín quedó para siempre entre nosotros.
No sé cuánta gente lo estaría escuchando en aquel momento
en cualquier parte del planeta, en cualquier otra circunstancia,
o en aquel café en el que cada noche escapábamos del tedio.
Había humo entonces, la gente fumaba en otras mesas, algunos escribían,
y nosotros nos mirábamos como si acabáramos de inventar el amor.
Fuera caía la nieve; tú habías dejado el abrigo y la bufanda a la entrada.
No me atrevo a contar los años que han pasado sin volver a verte.
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