Luisa le decía siempre que dejara una luz encendida toda la noche. Y además no dejaba de repetirle que no hay sueño que no se cumpla si uno es capaz de escribirlo. Luisa estaba empeñada en que las cosas bellas jamás se tocan y en que las luces que uno atisba, como si fueran ciudades lejanas, mantienen despiertas todas las historias que luego soñamos a través de las palabras.
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