1 de marzo de 2010

Cableados

Miramos poco hacia el cielo, y cuando lo hacemos esperamos encontrar estrellas que brillen a lo lejos o espacios azules y luminosos. Últimamente, sobre todo después de escuchar las noticias, uno se queda siempre cabizbajo y aliquebrado, y lo menos que apetece es levantar la mirada y ponerse a buscar constelaciones en los celajes. A la luna casi no la miran ya ni los enamorados. Podemos estar varias semanas sin saber si anda sobre nuestras cabezas la luna llena o la luna nueva. Si acaso en verano recuperamos la altura de miras necesaria para saber que al final este espacio que habitamos no es más que la cabeza de un alfiler en la infinitud del universo. Todo eso a lo que le damos tanta importancia sucede en un espacio minúsculo que nos deja a nosotros todavía más liliputienses de lo que somos. Conviene no olvidar eso ahora que estamos todo el santo día tan tremendos y tan pesimistas. Nada importa, y si no mira durante un rato hacia el cielo para que te coloques donde realmente te corresponde.

Pero al margen de esas perspectivas siderales y casi cosmonautas, las pocas veces que levantamos los ojos del suelo nos estamos encontrando zapatos colgados en todos los cables que atraviesan de lado a lado las calles de nuestras ciudades. La cosa empezó en Nueva York como una especie de marca para las pandillas urbanas o para indicar puntos de venta de droga, pero como vivimos en una globalización pueril e idiota no ha tardado en llegar a nuestro entorno. Ya en Madrid hace un par de años que barrios como Lavapiés o Malasaña parecen tendederos cutres de playeras recién lavadas. Uno tiene la sensación de que el calzado se ha vuelto suicida. La verdad es que con los pasos que le estamos dando podríamos entender que se quisieran quitar de en medio colgándose en los cables de nuestras propias calles, pero no son ellos los que lo hacen. Al final volvemos a ser los mismos seres racionales, inteligentes y supuestamente educados los que nos descalzamos y nos empeñamos en enredar los cordones en los cables para que quede constancia de nuestro paso por este planeta surrealista. Ya no se aspira a estatuas con peanas, a homenajes con discursos institucionales o a saques de honor en partidos de máxima rivalidad. Ahora cualquiera se descalza en mitad de la calle, lanza sus zapatos al aire y se inmortaliza a sí mismo dejándonos al resto la mirada de sus suelas desgastadas. Yo no pensé que llegara a Canarias esa moda, pero ya he visto zapatos colgando de los cables hasta en Santa Brígida. Se nos pega todo lo malo. A este paso ya no habrá quien mire a las estrellas o a ese cielo azul que nombraba al principio. Es normal que cada vez salgan menos poetas y más chandaleros. El destino suele quedar marcado por lo que uno encuentra en las primeras miradas.

2 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

Cuando empecé a ver los zapatos colgados en los cables, siempre pensé que era fruto de una broma pesada, que dejaba a alguien descalzo de camino a casa... Nunca pensé que alguien tuviese tan pocas luces que colgar sus propios zapatos.

Para mí la luna es muy importante. En Madrid no se ve, pero yo la sigo en mi calendario. Antes, cuando vivía con mis padres, la podría ver cada noche y eso es lo primero que eché de ver al llegar aquí.

Ahora, todo lo que pertenece a la luna, parece mágico, pero siempre estaba presente en muchas decisiones: siembras, podas, recogida de cosechas... y las razones, tenían que ver más con la física que con la magia, la atracción entre dos cuerpos, los fluídos y la luz nocturna. Es lo que tiene olvidar, que te hace reinventar todo a la manera de cada uno, aunque eso no sea necesariamente bueno.

Editor dijo...

Esa misma luna, Bea, es la que en las zonas costeras también marca la vida y los hábitos de los pescadores. Nada está puesto al azar en el universo. Lo triste es que nosotros, tan tecnológicos, estamos olvidando lo más esencial. Un fuerte abrazo