25 de abril de 2011

Leales

Son los únicos que jamás traicionan. Los encuentro en cualquier calle de cualquier ciudad del mundo siguiendo el camino esquivo con la suerte y con las alegrías que ha emprendido su dueño. Nunca se separan de quien está condenado a dormir en la calle o a mendigar las consecuencias de sus malos pasos o de sus derrotas inconsolables. Al lado de muchos mendigos y de muchos alcohólicos y drogadictos tirados en la calle hay un perro leal que nunca abandona el cuidado de la sombra de su dueño. Me conmueve esa imagen diaria que me voy encontrando por el mundo. La mayoría de los que tenemos perro acabamos sacando alguna moneda confiados en que le llegue algo de comida, aun cuando sabemos que muchas veces no es más que un reclamo para conmover nuestros corazones, y que al final al perro no le llegará ni un trozo de pan sobrante si no se acerca a la basura o busca por sí mismo entre las cosas de la calle. Las personas y los perros dependen muchas veces de la suerte para escribir y para protagonizar sus propias destinos. Cualquiera de los que están ahora mismo a la intemperie podría haber estado habitando mansiones de lujo, y cualquiera de los que supuestamente están arriba del todo podría haber estado penando en esa marginalidad que te borra poco a poco el brillo de tu propia mirada.

Esos perros no se van ni cuando sus dueños les amenazan tambaleantes y fuera de sí, y esos dueños no tendrían el más mínimo afecto si no contaran con el cariño sin límites de unos seres vivos que cada día me demuestran que la evolución de las especies no tiene por qué terminar convirtiéndonos en alimañas o en trepas sin escrúpulos. Los veo cómo duermen debajo de los bancos donde se acurrucan los mendigos entre cartones y cómo caminan al mismo ritmo de quien ya no espera de la vida más que unas monedas para comprar un cartón de morapio peleón o una papela que siga narcotizando el infierno diario en el que malvive. Nadie sabe en qué momento juntaron sus destinos y se miraron por primera vez. Esos vaticinios no aparecen en las páginas de los horóscopos de los periódicos, ni tampoco en las predicciones de los nigromantes o de los echadores de cartas. Ese es un destino que no le importa a nadie más que a quien lo vive; pero esos encuentros tuvieron lugar un día y desde ese día el perro se ha mantenido inquebrantable a quien probablemente le entregó una caricia como quien se agarra desesperado a un madero después de un naufragio. Los encuentro a la salida de los supermercados y de los bares, uno extendiéndote la mano mendicante y el otro echado a sus pies cuidando que no se descalabre su dueño. No hay lirismo ni poesía donde habita de antemano la derrota, pero esa imagen te reconcilia con la vida. La lealtad de esos perros sería casi inconcebible en ningún ser humano.

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