6 de junio de 2011

Pájaros

Llevan semanas anunciando sinfónicos y festivos la llegada de la primavera. No sé si serán los mismos pájaros del año pasado los que han vuelto a anidar en la araucaria, en los dragos y en las palmeras que están cerca de mi ventana. Desde marzo su intensidad cantora va subiendo decibelios a medida que se ilumina el paisaje y que se acerca el verano. Salgo a correr cada mañana cuando amanece, pero lo que me ha enganchado al deporte no sólo son las endorfinas y las sensaciones euforizantes que te quedan tras el esfuerzo. Casi diría que salgo a correr para escuchar el canto de los pájaros en los alrededores del barranco Guiniguada. Cada día improvisan nuevos tonos y nuevas armonías. Se callan cuando arrecia la lluvia o vuela cerca algún cernícalo y luego trinan bulliciosos cuando el sol despunta por el este. Supongo que para ellos la supervivencia debe ser ese milagro diario que aleja la noche. Nadie les enseñó los cantos. No han visitado ninguna Wikipedia, ni se han acercado a papeles pautados o a conservatorios para entonar sus melodías. Cuando escuchamos a los pájaros rozando lo sublime nos damos cuenta de lo poco que vale lo que creemos tan importante. Seguirán cantando, como escribía Juan Ramón Jiménez, cuando ya no estemos ninguno de nosotros para escucharles. Ninguna crisis ha logrado nunca silenciar sus cantos.
Cuando extienden las alas, o cuando ves a las crías recién salidas de los nidos ensayando sus primeros vuelos, también descubres lo grandiosa que es la naturaleza que ha sabido trazar milimétricamente cada pluma, cada tendón y cada pequeño hueso que ha de moverse para que esos pájaros vuelen instintivamente y para que, en algunos casos, sean capaces de atravesar los océanos o las grandes cordilleras. Ese prodigio me parece tan grandioso como el que nos ha permitido a nosotros llegar a la ficción a través de las palabras o de las imágenes. No lo tienen fácil los pájaros con nuestras prepotencias y con todo el cemento y el cableado que vamos colocando en los lugares por los que atávicamente volaron miles de aves. Salir tan temprano de casa te acerca a la naturaleza sin que medien los agobios y las prisas que nos hacen pasar de largo por todas partes. No miramos las formas de las nubes que dibujan su destino efímero sobre nuestras cabezas, ni tampoco valoramos el esfuerzo de los caracoles, de las mariposas o de las abejas por sobrevivir y por seguir contribuyendo al esplendor de un paisaje que deberíamos adorar como se adora todo lo que linda con lo sagrado. Los pájaros también forman parte de ese prodigioso milagro diario. No imaginaría una vida sin sus trinos y sin sus vuelos cercanos. A pesar de todos nuestros ruidos, los sigo escuchando cada mañana sin confundir ninguno de sus cantos.

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