17 de septiembre de 2012

Faulkner


Creo que fue a García Márquez a quien le escuché por vez primera el nombre de Faulkner. Comentaba que le debía su manera de entender la literatura y de contar las historias. Luego esa admiración me fue llegando de casi todos los escritores del boom latinoamericano. Entonces nosotros nos hacíamos lectores –y quizá ya soñábamos con ser también escritores- leyendo a esos autores del otro lado del charco a quienes tanto debemos los letraheridos canarios. Más tarde recuerdo a Juan Benet hablando a todas horas del escritor de Oxford, Misisipi, y de hecho su obra marca buena parte de la literatura que dejó escrita el madrileño, sobre todo en libros como Volverás a Región. Por tanto todos los caminos conducían a Faulkner. Y era lógica esa conexión. Sigo teniendo a Mark Twain en el siglo XIX y a Scott Fitzgerald a principios del siglo pasado como a mis santones predilectos entres los escritores norteamericanos; pero tras ellos el que abre la puerta de la gran literatura estadounidense, y de buena parte de la universal, es Faulkner. ¿Qué razones argumentan eso que acabo de escribir? Pues su manera de acercarse al dolor y a la derrota, su forma de engarzar las historias y de estructurar la presentación de los personajes y la capacidad que tuvo para demostrar que es precisamente lo más cercano, lo que muchas veces se deja de lado pensando que no estará a la altura de los esnobs o de los críticos más modernos, lo que nos vuelve más universales y creíbles.
El condado de Yoknapatawpha no solo es el escenario de la tragedia del sur de Estados Unidos. Desde esa disección casi milimétrica de las conciencias y de las circunstancias personales cercanas logra universalizar la tragedia vital de los seres humanos de cualquier parte del planeta. Su grandeza es esa sensación de que lo que te cuenta es tan real que podría estar aconteciendo ahora mismo en el fondo de tu propio corazón. Podría destacar muchas obras, y no digamos los excelentes guiones cinematográficos que fue escribiendo, aunque a mí la novela que me marcó a la hora de entender mucho más qué es la literatura fue Mientras agonizo. Sus monólogos interiores cambiaron por completo la forma de escribir de muchísimos escritores que ya venían experimentando por ese camino desde el Ulises de James Joyce; pero quien quiera aproximarse a Faulkner se puede asomar a Las palmeras salvajes, Luz de agosto, Santuario o El ruido y la furia que también saldrá con esa sensación de que unos cuantos párrafos te pueden cambiar el ánimo o las ganas de alongarte a la realidad que tienes delante.
 Faulkner es de esos escritores a los que te gustaría terminar pareciéndote aunque tu escritura no se parezca nada a la tuya. Lo que sueñas es con poder mostrar el alma de los personajes que vayas creando como mismo lo presentaba él en sus ficciones. Cada uno de esos personajes que dejó en sus libros sigue palpitando y emocionando con la misma intensidad que el primer día que salieron de la imprenta. Por eso es un clásico, porque su obra, además de no parecerse a la de ninguno de sus contemporáneos, sigue contando con la misma clarividencia las contradicciones y las derrotas que nos siguen acechando a todos los humanos.

Este artículo fue publicado en el suplemento cultural Pleamar del periódico Canarias 7

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