29 de enero de 2014

Euclides

La primera vez que Euclides se cayó vio a aquel hombre mirando a una pantalla de plasma que estaba en una terraza. Recuerda que no se inmutó ni con sus gritos, ni con el golpe tremendo que se produjo cuando comenzó  a rodar escaleras abajo a la salida de la biblioteca. Lo levantaron entre dos camareros y un curioso petimetre que estaba de paso. En la segunda caída volvió a ver al mismo hombre mirando hacia otra gran pantalla. Tampoco se giró cuando se tropezó con aquel árbol contra el que casi se rompe la cabeza.  No sería capaz de identificarlo si alguna vez lo viera de frente. Hubo una tercera caída. Euclides apareció por fin en la pantalla. Cuando recogieron el cadáver aquel hombre se levantó, se dio la vuelta y empezó a caminar entre unas pequeñas manchas de sangre. También se llamaba Euclides y había nacido el mismo día y el mismo año que el accidentado. Su madre era la misma, pero él llevaba toda la vida esperando de espaldas para poder empezar a caminar algún día por donde el otro no hacía más que tropezarse. Ahora Euclides está sentado a mi lado tomándose un leche y leche largo. Él no sabe que le miro mientras espera nuevamente ante una pantalla. Yo también nací en Alejandría y era hijo de Naucrates.

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