21 de septiembre de 2009

Las claves

Todo requiere una clave. Llegará un momento en que al levantarte de la cama lo primero que harás será repetir como una salmodia interminable todos los números y las palabras que precisas para poder moverte por tus espacios cotidianos. Te piden código de entrada en el cajero del banco, en el ordenador, en la alarma de tu trabajo, en el portal de tu casa, en el teléfono móvil o en cada una de las cuentas de correo electrónico que tengas a tu nombre. Tienes que ir revolviendo fechas en los recuerdos o tratando de hilvanar situaciones curiosas que te salven del olvido Lo podríamos tener fácil si jugáramos con nuestra fecha de nacimiento, pero te comentan los cerebritos que te colocan esas trampas mnemotécnicas que es lo primero que intentan los vivales de la cosa informática que se mueven dentro de tu propio ordenador sin que tú te enteres hasta que lo hayan vaciado por completo.

No sé ustedes, pero yo me he visto a la vuelta de las vacaciones como quien aterriza en un planeta distinto y no sabe por dónde diablos queda la puerta de salida. Una vez sales de la rutina cotidiana, el cerebro, que suele ser más inteligente que nosotros, te borra todo lo que no vale y te deja relajado en la playa o en una terraza en mitad de la mañana. Cuando regresas, te ves que no sabes ni cómo entrar en tu ordenador personal. Empiezas a probar combinaciones de números y acabas descorazonado ante los constantes fracasos. Y encima te dicen que no puedes apuntar esos números en ninguna parte porque si no estarías perdido. Te quedaría un papel, pero todos sabemos que los papeles sueltos siempre cumplen con su destino inevitable y se acaban perdiendo. Ahí estás tú, dale que te pego, tratando de recordar la fecha en que conociste a tu novia, el nacimiento de tu hijo o el día del patrón de tu pueblo. Y la cosa es que cada vez nos piden más claves en todas partes. No te puedes relajar porque te echan del mundo. Al final, sin embargo, casi siempre acontece el milagro y terminas saltando por encima de ese galimatías de números y de letras. Pasa como con otras muchas cosas de la vida, que milagrosamente se soluciona todo y que de repente te ves tecleando en el ordenador o haciendo llamadas desde el teléfono móvil. Otra cosa es lo que uno piense de esa moda cabalística y enredadora. En el fondo, lo único que estamos haciendo es blindarnos a nosotros mismos. Al paso que vamos acabaremos convertidos en esfinges indescifrables. Ni siquiera nos acordaremos de las claves que precisamos para seguir funcionando en el planeta. De tanto mirar hacia fuera nos estamos olvidando de nuestras propias claves vitales. Ya decía el poeta que envejecer y morir era el único argumento de la obra. Todo lo que no sea abrir puertas y aprovechar el tiempo carece de sentido. Esa debería ser nuestra única clave necesaria.

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