20 de diciembre de 2010

Reincidencias

El camino que conduce a la perfección ha de recorrerse siempre con esfuerzo. Pocas veces salen las cosas en los primeros intentos. Hay que insistir, aun cuando sepamos que casi nada de lo que hacemos puede llegar a ser perfecto. Nos quedamos siempre en aprendices avanzados de la vida, pero poco más. Perfecto es el universo. Todos esos prepotentes que se pasean altivos por las calles pensando que son lo más fetén de la creación no son más que unos pobres infelices, mindundis camino de la nada. O como decía aquel hermoso verso de Ángel González: el éxito de todos los fracasos.

En esa búsqueda de la perfección también ha de contarse con la sociedad que nos rodea. Caminamos y aprendemos solos, pero si lo de alrededor no vale la pena lo más probable es que también nosotros nos terminemos despeñando por los precipicios de la mediocridad. Hace años, nuestra relación con los perros era vergonzante. Casi nadie se inmutaba cuando los veía apiñados en cualquier caseta, desnutridos y sólo paseados los fines de semana durante las cacerías. Tampoco llamaba tanto la atención su vagabundeo por las calles, sus ojos de pena o los huesos que sobresalían en su pellejo maltratado. No es que ahora seamos la panacea del buen trato a los animales, pero algo hemos mejorado. Cada vez hay más gente con perros, y eso me lleva a pensar que cada vez hay más gente solidaria y menos endiosada. Un perro te enseña lo que es la lealtad y la entrega absoluta a quien te quiere y te cuida. También te baja los humos y te demuestra que al final todos somos seres vivos que convivimos en un mismo espacio, unos sabiendo leer y otros sobrevolando los cielos. Nadie es más que nadie. Escribo esto porque otra vez llega la navidad y el regalo del perro vuelve a aparecer como una solución improvisada. El otro día en la guagua, una señora le contaba a otra que este año le iba a regalar un perro a su hijo porque no tenía dinero para ir de tiendas. Decía que lo iba a recoger a la perrera y que seguro que el chiquillo se iba a poner más contento que unas castañuelas. Casi le digo algo, pero no están las cosas para meterse donde no nos llaman. Sí espero que si finalmente recoge el perro le sepa transmitir a su hijo la responsabilidad de los cuidados que precisan esos sabios de cuatro patas que parecen que están leyendo nuestro pensamiento cuando nos miran. Probablemente, desde sus sentidos mucho más desarrollados que los nuestros, estén leyendo nuestro pensamiento y también anticipando nuestras emociones. Cada vez hay más abandonos de perros y más necesidad de ir a buscarlos a los albergues. Yo lo hice hace dos años. Acababa de perder una perra leal de doce años. Ahora mismo lo tengo a mi lado mientras escribo. Les aseguro que este planeta siempre parece mucho más habitable cuando ellos están a nuestro lado.

1 comentario:

Distintos dijo...

Nos queda mucho por aprender de los animales para acercarnos a la perfección. Este artículo es una lección de amor y esperanza. Gracias!