30 de octubre de 2011

El bullicio

Hace miles de años los humanos empezaron a escribir en tablas de arcilla en la zona de Mesopotamia. Los sumerios trataron entonces de dejar testimonio escrito de su paso por el mundo trazando los primeros símbolos. De alguna manera sabían que quienes no se escriben o se cuentan están condenados a desaparecer para siempre. Nosotros seguimos contándonos para intentar vencer al olvido, pero nuestras letras se pierden en el fondo etéreo de las pantallas y luego acaban mezcladas en los buscadores con otras miles de letras que no tienen que ver con las nuestras.

A veces tienes la sensación de que sigues escribiendo en la orilla de la playa, como cuando de niños intentábamos que los cuatro trazos que nos inventábamos no acabaran desapareciendo con la subida de la marea. Ahora que está a punto de amanecer habrá muchos jefes de prensa y muchos políticos buscando la manera de decir algo que llame la atención para no perder el protagonismo diario. Todos los días te despiertas leyendo declaraciones cada vez más agresivas. Los gregarios son los que tratan de ocupar todas las portadas o los que no paran hasta conseguir el texto más retwiteado o la astracanada más repetida. No era ese el camino que emprendieron los sumerios cuando empezaron a contarse. Hemos dejado que las palabras estén en manos de tipos enfermos de egolatría y con unas ansias de poder tan insaciables que no han comprendido que el único fin de lo escrito es retardar el olvido, o por lo menos intentar engañarlo un poco desde la emoción, el sosiego, el humor o la inteligencia. Sus palabras y las nuestras acabarán borradas por la misma marea con el paso del tiempo, pero mientras tanto apenas nos dejan unos metros en la orilla para que podamos contarnos sin fanatismos y sin estridencias.





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