Hay millones de versos sueltos que nunca llegan a ser poema.
A veces se quedan sin borrar, apuntados en libretas
o en cualquier papel que uno encuentra cuando llegan.
Los dejas porque en el fondo sabes que no precisan nada más,
que a veces solo basta el resplandor y la orfandad de una metáfora,
y que al final la desnudez, lo más sencillo, era todo lo que tú buscabas.
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