24 de enero de 2014

El escribidor

Caminaba deprisa por la calle. Hacía días que no le esperaba nadie; pero no había dejado de andar igual de rápido que cuando no llegaba a tiempo a la oficina. La ciudad era grande y tenía la suerte de no llegar nunca a ninguna parte. Sabía que si se paraba acabaría pensando, y no quería pensar, llevaba sin pensar desde que renunció a los primeros sueños y se metió en esa oficina en la que acaba de jubilarse. Cuando entró a trabajar pensaba que no estaría allí más de un año. Solo quería ahorrar para luego irse a otra ciudad todavía más grande a perseguir sus sueños literarios. No había escrito más que informes y actas notariales.

1 comentario:

Inma Flores dijo...

Algo muy habitual, que nos pasa a muchos... dejar escapar los sueños.
La suerte que algunas ventoleras, a modo de crisis, nos devuelven algunos o crean sueños nuevos. Gracias por esta magnífica reflexión, sobre todo para tomar nota a la hora de aconsejar a nuestros hijos.