9 de abril de 2014

Los vestidos

Me enseñó un montón de vestidos viejos apilados en un ropero. Su madre nunca los quiso tirar. Hacía más de veinte años que no cosía. Eran trajes a medida que a lo largo de los años no habían venido a buscar sus dueñas. Estaban diseñados y cosidos solo para ellas, con la caída justa en el hombro y con los colores que habían elegido para lucir en las calles o en la próxima fiesta. Mi amigo no sabía qué hacer con aquellos trajes. Su madre le repetía siempre que no se podían vender y que tal vez algún día podrían venir a buscarlos. Por los años que habían pasado, casi todas aquellas mujeres estarían muertas o sus medidas ya no tendrían nada que ver con la silueta lejana que había quedado detenida en el tiempo de unas telas desgastadas. Ni siquiera las polillas se habían atrevido a tocarlos.

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